definitiva, irrevocablemente,
la batalla que libras. Lucha erguido
y sin contar las enemigas huestes.
¡Mientras veas resquicios de esperanza
no te rindas!. La suerte
gusta de acumular los imposibles
para vencerlos en conjunto, siempre,
con el fatal y misterioso golpe
de su maza de Hércules.
¿Sabes tú si el instante
en que ya fatigado, desesperes,
es justo aquel que a la definitiva
realización de tu ideal precede?
Quien alienta una fe tenaz, al hado
más torvo compromete
en su favor. El sino a la fe sólo
es vulnerable y resistir no puede.
La fe otorga el divino privilegio
de la causalidad a quien la tiene
en grado heroico.
Cuando las tinieblas
y los espectros y los trasgos lleguen
a inspirarte pavor, cierra los ojos,
embaraza tu fe toda y ¡arremete!
¡Verás cómo los monstruos más horribles,
al embestirlos tú, se desvanecen!
Cuanto se opone a los designios puros
del hombre, es irreal; tan sólo tiene
la imaginaria vida
que le dan nuestro miedo y nuestra fiebre.
Dios quiso en su bondad que los obstáculos
para aguzar las armas nos sirviesen;
quiso que el imposible
estuviera nomás para vencerle,
como está la barrera en los hipódromos,
a fin de que la salten los corceles.
Búrlate, pues, de cuanto en el camino
tu altivo impulso detener pretende.
¡No cedas ni a los hombres ni a los ángeles!
(Con un ángel luchó Jacob, inerme,
por el espacio entero de una noche
y el ángel le bendijo, complaciéndose
en la suprema audacia del mancebo,
a quien llamó Israel, porque era fuerte
contra todos...)
¡Ama mucho, el que ama embota
hasta los aguijones de la muerte!
Que tu fe trace un círculo de fuego
entre tu alma y los monstruos que la cerquen,
y si es mucho el horror de los fantasmas
que ves, ¡cierra los ojos y arremete!
Amado Nervo
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